LA GRANDEZA DE CRISTO

SERIE 3: LA PERSONA DE JESUS
LA GRANDEZA DE CRISTO
LECCION # 5


Recordemos que, cuando tratamos con este pensamiento sobre el hombre celestial, estamos hablando de Cristo como hombre, la imagen a la cual debemos ser conformados.
Leemos en Efesios 1: 10-11, lo siguiente: “de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En el asimismo…”. Esta es una visión general, pero en este capítulo vamos a dividirlo en partes.
El aspecto básico gobernante de Dios es la inclusividad y la exclusividad de su Hijo Jesucristo. Todo lo que se pretende y se requiere para la realización del propósito divino está en Cristo, esta, y solo ésta es la inclusividad de Cristo. Cualquier cosa que no sea de Cristo, no es aceptado por Dios: esa es la exclusividad de Cristo. Puede parecer que en Su misericordia, Dios permite en Sus hijos aquello que no es de Cristo, pero es de extrema importancia que establezcamos esto de una vez y por todas: Dios no lo está permitiendo; quizás nos extiende Su longanimidad, pero de ninguna forma El está aceptando lo que no es de Cristo.
Cuando El ve la Iglesia, o a tí individualmente, El ve una cosa: Cristo, y todo Su trato con nosotros es para deshacernos de todo lo que no es Cristo. Dios inicialmente ha dicho que todo fuera de Cristo está muerto para El, entonces El está obrando progresivamente en ese aspecto; al final de todo, ningún fragmento que no sea Cristo será permitido. La Iglesia tiene que ser lo que Cristo fue y es, como el hombre celestial. ¡No puedo dejar de sobreenfatizar esto!, porque el propósito final de Dios es conformarnos a la imagen de Cristo, para que no seamos solamente predicadores de la Palabra, sino que seamos manifestantes de lo que Cristo es. No es suficiente hablarle a la gente acerca de El, debemos mostrarles a Cristo.
Esta es el alma y el propósito de Pentecostés: sólo lo que es de Cristo, el hombre celestial, es efectivo eternamente, por lo tanto, cuanto más halla de Cristo, habrá más efectividad desde el punto de vista de Dios. Esto simplemente significa que lo que era y es verdad de Cristo, como el hombre celestial, en cuanto a Su ser, en cuanto a las leyes de Su vida, en cuanto a Su ministerio y misión, debe ser verdad en la Iglesia. Para esto Dios nos ha dado el Espíritu Santo. Sí, nos alegramos y hay muchas cosas maravillosas, pero el propósito de todo esto es hacer que Cristo sea real; el propósito final de Dios es hacernos conforme a éste del cual estamos hablando. Hemos mostrado en los capítulos anteriores, que este principio de vida es progresivo en el creyente. El conformarnos a la imagen de Cristo es un trabajo continuo. Estamos hablando de Cristo como el hombre celestial, no de su Deidad. Nunca seremos Dios, pero es a Jesucristo hombre al cual debemos ser conformados. La Iglesia en El también es un hombre celestial; Pablo la llamó el “hombre nuevo”. La Iglesia no debe ser considerada como judía o griega, varón o mujer; éstas y otras distinciones terrenales quedan de lado, y un nuevo hombre es puesto en el cual Cristo es todo en todos (Colosenses 3: 11).
Cristo en Su naturaleza esencial nunca ha sido terrenal: El es el Señor de los cielos. El enfatizó el hecho con estas palabras en Juan 8: 23, “…yo soy de arriba…”. Bueno, lo que es verdad de Cristo, también es verdad de la Iglesia, y lo que es verdad de la Iglesia también es verdad del creyente individual que forma esa Iglesia. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo; somos nacidos de arriba. La Iglesia nunca fue algo terrenal en los pensamientos de Dios. Pablo nos muestra que la Iglesia estaba en los cielos antes que la caída suceda; estaba en el preconocimiento de Dios. En Cristo hemos sido creados para restaurar la brecha creada por las edades caídas; es así que la Iglesia existía en el preconocimiento de Dios antes que el mundo fuera.
Pablo ve a la Iglesia desde el punto de vista celestial, y él siempre habla de ella como si estuviera completa. La fe se edifica sobre esto, cuando tú y yo nos damos cuenta como Pablo, que Dios nunca inicia algo sin antes terminarlo primero; Dios te ve a tí ya completo en Cristo. Cuando tú naciste de nuevo (hemos dicho esto vez tras vez, no es que sea redundante, pero quiero afirmarlo en tu mente), el Espíritu Santo te bautizó en Cristo. Esto es un milagro; nunca habrías logrado esto fuera de un milagro. Pero una vez que estás ahí, entonces se te dice que permanezcas ahí. Esa es tu responsabilidad, y esto es hecho mediante las elecciones que tú tomas en el diario vivir. Y a medida que permaneces en Cristo, es decir, a medida que Dios te ve en Cristo, entonces El considera la experiencia de Cristo como si fuera tuya, porque fue por tí que Cristo murió, fue por tí que El resucitó y trajo la redención; y Dios ve el producto final, a pesar del mucho trabajo que falta hacer en nosotros.
La Iglesia es vista como algo que es formado literalmente en esta dispensación, sin embargo es inmediatamente trasladada al cielo. Cuando venimos a Cristo estamos sentados en los cielos con Cristo. “Nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo”, fue la misma declaración del Evangelio. No dice que estaremos sentados allí algún día en el futuro, sino tan pronto como creemos, somos llevados de este mundo, y desde el punto de vista de Dios, trasladados del reino de las tinieblas, al reino del Hijo de Dios. En este punto ya cesamos de ser terrenales. Apenas venimos a Cristo, somos en ese momento y lugar pueblo celestial, espiritual, y esta vida que ha llegado a nosotros, esta vida eterna, este principio de vida, está obrando progresivamente, conformándonos a este hombre celestial del cual estamos hablando; entonces, debemos reconocer nuestro enlace con lo eterno y celestial, y tomar las cosas de ahí. No hay otro punto de partida; es allí donde hemos empezado, considerándonos muertos al pecado, pero vivos para Dios. Nunca habrían habido lo que nosotros llamamos “cristianos mundanos”, si esto hubiera sido entendido; los “cristianos mundanos” son una contradicción total a los pensamientos de Dios.
No estamos luchando para ser pueblo celestial, no estamos esperando obtener ese lugar, más bien debemos partir desde este punto: Yo estoy en Cristo, yo he nacido de arriba, yo soy una persona celestial. Y si yo lo tomo así, entonces el Espíritu Santo puede obrar en mí. Mi viejo hombre fue rechazado por Dios en el huerto del Edén; todo lo que contradice esto tiene que ser crucificado. No es sólo lo impío y profano, si no todo lo que contradice el hecho de que yo soy ahora, a causa de mi nacimiento de arriba, un ser celestial, un ser espiritual. Nada fuera de Cristo es permitido por Dios en resumidas cuentas. Tan pronto como vemos que esto es verdad, todas las actividades de Dios en la disciplina pueden ser introducidas y seguidas. Por ejemplo, toda disciplina que es producto del fracaso será realizada. El mover de Dios en todo tipo de situaciones siempre es a través de una sucesión de muertes y resurrecciones. Esta experiencia no se relaciona con la primeras etapas solamente, sino que continúa a lo largo del camino. Cuando Dios toma a un humano a través del nuevo nacimiento, entonces ahí comienza este proceso de muerte y resurrección.
Juan el bautista dijo, “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”; entonces es a través de este proceso de muerte que lo que yo soy, da lugar al crecimiento de lo que El es. Es el funcionamiento de esta ley que hace que para Dios, nada fuera de lo que es Cristo sea permitido. Sólo lo que es de Cristo puede ser efectivo, y nuestra experiencia significa que más y más de esa mezcla tiene que irse, y Cristo tomar ese lugar. El fracaso lleva a esto; yo sé que todos nos asustamos del fracaso, pero nada nos enseña más que el fracaso. La Biblia nos ayuda cuando dice, “Andad en el Espíritu”; eso simplemente significa que como humano que soy, hay una posibilidad de desviarme de ese camino, aún cuando mi corazón está correcto. Y cuando Dios me permite fallar en esa área, entonces yo sé que tengo que obedecer y volver. Dios aplica esta ley hasta el fin: cuando todo haya sido dicho y hecho y todos estos siglos presentes hayan pasado en los siglos de los siglos de Dios, no quedará nada sino Cristo. Para esto vale la pena vivir, vivir en un mundo donde no hay nada fuera de Cristo. Dios está buscando traer a la Iglesia a esta meta: ser la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. Dios ha determinado desde la eternidad que este universo sería lleno de Cristo, el hombre celestial, a través de ese hombre celestial y corporal que está unido a El que es la cabeza.
Nosotros, la Iglesia, somos ahora herederos y coherederos con Cristo. Es nuestra unión con El como la cabeza, la que hace ese nuevo hombre, y es a través de esa Iglesia que el reflejo de Cristo va a llegar al universo entero. Entonces, ¿qué está haciendo Dios? El está deshaciéndose del judío y del griego en nosotros, y nos está constituyendo de acuerdo a Cristo, conformándonos a la imagen de su Hijo. Eso simplemente significa que todos los esfuerzos de Dios para conmigo y contigo, para con la Iglesia colectivamente, es reproducir en nosotros el carácter moral de Dios y la sumisión que Cristo tuvo con el Padre; El dijo, “Yo sólo hago lo que veo hacer al Padre”. Cuando somos llevados a este lugar, entonces el Evangelio fluye con tanta libertad a través de nosotros, el cuerpo de Cristo, como fluyó a través de El cuando anduvo por esta tierra en el cuerpo que le dio María.
Cuando llegamos al lugar donde los últimos restos y reliquias de lo que no es de Cristo caen de nosotros, El será proyectado en nosotros. El vendrá a ser glorificado en los santos, por eso Pablo oró en el libro de los Efesios, que los ojos de nuestro (la Iglesia) entendimiento sean alumbrados, para que sepamos cuál es la esperanza de Dios en nosotros los que creemos. La llegada de Israel a la tierra prometida es el símbolo de una victoria total en Cristo. Dios dijo que todo lo que les sucedió a ellos fue como ejemplo para nosotros (1 Corintios 10: 6-10). El viaje de Israel por el desierto nos muestra el camino de la muerte de todo aquello que no es Cristo. Es a través de este viaje por el desierto en donde Dios nos hace ver todo lo que no es de Cristo en nuestras vidas. A seis semanas de su salida de Egipto, ellos estaban más lejos de la tierra prometida que cuando empezaron. Esa nube se había movido hacia el sur, se había movido en la dirección incorrecta, aparentemente. ¿Por qué estaban ahí? Porque Dios los había llevado ahí, y toda la guianza de Dios fue para traerlos a esos lugares en donde el desierto de sus corazones les fuera revelado.
Cuando tú y yo salimos de Egipto en el nuevo nacimiento, todavía teníamos mucho de Egipto; mucha de la amargura de Egipto estaba en nosotros. El los guió primero a Mara, y fue ahí donde en esas aguas amargas revelaron sus corazones. Y fue a través de la cruz (ese árbol que fue lanzado ahí), que Dios trató con todo esto. Vemos que toda esta guianza, todas estas pruebas, fue para confrontarlos con la condición de sus propios corazones, Su actitud en cuanto a las provisiones de Dios tenía que ser vista también. Cuando tú oyes hoy toda la murmuración en la Iglesia, te das cuenta que la mayor parte de las personas que han venido a conocer a Cristo, si realmente lo han hecho, no están satisfechas del todo con la provisión de Dios para sus vidas; nunca están contentos con lo que tienen. Siempre fue así con Israel; ellos salieron, y no habían ido muy lejos, y le dijeron a Moisés, “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos” (Números 11: 5-6). Ellos querían volver a Egipto, la variedad era mayor, y ellos dijeron que no tenían nada ahí sino sólo maná.
Cientos de años después, cuando Cristo vino, él les dijo a ellos, “yo soy el pan…yo soy el pan vivo que descendió del cielo (maná)…” (Juan 6: 48 y 51). Yo encuentro esto en la Iglesia hoy en día: tú tienes que ponerles una función de circo, para mantener ahí a la gente que se llama cristiana. ¿Sabes qué están diciendo? Están diciendo, “queremos otra cosa además de Cristo”. Tú puedes tener celebridades religiosas, payasos religiosos y todo tipo de cosas y esa carne va a llenar cada banca de esa iglesia. Pero si les dices a la misma gente que vamos a tener una reunión de oración a las cinco de la mañana, y que no va a haber nada, excepto el maná, tú serás el hombre más solitario en esa iglesia, porque no estamos satisfechos con las provisiones de Dios. Cuando Dios me dio a Cristo, todo el resto es extra; Pablo dijo, “yo sé lo que es tener abundancia y vivir humildemente, pero yo he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación”. La grandeza de Cristo no nos ha asido como debiera, de tal forma que sepamos que en el fin, no quedará nada fuera de Cristo.
Fue S.B. Gordon, el gran predicador que dijo, “Si tú llegas al cielo, cuando llegues a la entrada, habrá una cruz allí, y esa cruz te va a decir: Nada que no sea de Cristo está permitido aquí”. Entonces, desde el momento en que tú naces de Dios hasta el momento en que despiertas a Su semejanza, toda la obra de Dios para contigo es conformarte a esa imagen; reemplazar esa vida vieja con esta nueva vida. Y siempre te podrás dar cuenta de que una persona es gobernada por el Espíritu Santo, porque está cada vez más y más ocupada en el Señor Jesucristo. Esa es la marca de una persona que está creciendo y madurando bajo el control absoluto del Espíritu Santo, que está más y más ocupada en Cristo. Mientras tanto, El está tratando con esas cosas en nuestras vidas por el ministerio de la cruz del cual hemos hablado, através del Espíritu Santo.
Cuando aprendemos que no podemos interpretar la cruz fuera del Espíritu Santo, veremos que el ministerio de la cruz por el Espíritu Santo, realmente funciona. La Biblia dice que fue a través del Espíritu eterno de Dios, que Cristo se ofreció a sí mismo a Dios. Fue por y a través del Espíritu Santo que Jesús fue a esa cruz y la soportó. Si esto es verdad, entonces también es verdad que el Espíritu Santo lo guió a esa cruz. Dios nos está diciendo, “si tú vas a ser mi discípulo, vas a tener que pasar a través de este proceso para serlo. El primer paso es que tienes que negarte a tí mismo, tomar tu cruz y seguirme”. ¿Qué es esa cruz? Es el Espíritu Santo guiándonos a través de situaciones como las del mar Rojo, donde no hay otra salida fuera de Dios; donde aprendemos a no apoyarnos en ningún otro brazo fuera del brazo de Dios. El Espíritu Santo lo guió a la cruz, el Espíritu Santo lo hizo pasar por esa cruz, y la cruz que tú y yo debemos llevar son las pruebas y sufrimientos y rechazos diarios o cualquier otra cosa que venga a nuestra vida.
Si nosotros, en las pruebas de la vida, examinamos nuestros corazones, y descubrimos que no hay acciones independientes de Dios en nuestras vidas, que no hay pecado voluntario, entonces sabemos que lo que está sucediendo es del Espíritu Santo. Es El quien nos ha guiado ahí, y como hizo Jesús, si le permitimos al Espíritu Santo, El nos pondrá en esa cruz y saldremos de ella con menos de nosotros y más del Señor Jesucristo. Esta es la única forma en la que Dios nos trae y nos conforma a este hombre celestial, el gran Cristo de Dios.
Yo quiero continuar enfatizando esto. Estamos hablando acerca de la persona de Jesús, no Dios. El era Dios y hombre a la vez: 100% Dios, y 100% hombre. Nunca podremos ser lo que El es como Dios. Estamos hablando del hombre celestial, el Cristo, la persona de Cristo, y mientras yo lo contemplo y lo veo como Dios lo revela en estas Escrituras, yo entiendo que esto es a lo que me está conformando. Este es el propósito de mi vida.
Para que una persona pueda pasar a través de las pruebas, luchas y tentaciones diarias, tiene que haber una fe extravagante en el futuro. Los hombres no pueden persevarar aparte de esto. Pero cuando la fe está en el futuro, sólo entonces puedo ser un verdadero creyente, porque la marca de un verdadero creyente es su disposición de sacrificar el presente por el futuro. Pero para que yo sacrifique mi presente por el futuro, tiene que haber una fe extravagante en un futuro extravagante; tú y yo somos menos que nada, fuimos salvos por este Cristo, y ahora Dios está obrando para conformarnos a este hombre celestial. Como El fue en el mundo, así somos nosotros. Si yo entiendo que esta es la obra de Dios, entonces puedo decir con el apóstol Pablo, que todo valdrá la pena cuando vea a Cristo, porque cuando lo veamos, de acuerdo al apóstol Pablo, seremos como El: “…aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3: 2).
Es una obra progresiva en esta vida, traernos a ese fin. Pablo dijo que a medida que le contemplamos en el Espíritu, “…somos transformados de gloria en gloria (de fe en fe) en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3: 18).


DIOS BENDIGA A SU PUEBLO!

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