EL VASO DEL SEÑOR

SERIE 3: LA PERSONA DE JESUS
EL VASO DEL SEÑOR
LECCION # 7


Hemos mirado a esta persona, el hombre celestial, y vimos que la Iglesia es ese hombre nuevo, y debe ser conformada totalmente a la imagen de Cristo. Debemos llegar a la estatura de la medida de Cristo; para este propósito Dios está trabajando en nosotros, conformándonos a esta imagen, para que podamos ser así. Estamos hablando acerca de la formación y el forjar de este vaso, y cómo es que hay una necesidad de la existencia de él. Para forjar este vaso, se tiene que saber lo que somos, y lo que Dios está buscando.
En los capítulos pasados, hemos visto el hombre celestial; El es nuestro ejemplo. Y ahora estamos viendo a este vaso.
En 2 Reyes 2: 19-22 dice, “Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi Señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. Entonces él dijo: traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo”.
En Hechos 1: 2 vemos que, “hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido…”. Marcos 9:15 dice, “Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron”.
Cuando estas Escrituras son leídas juntas, están unidas por algo en común: la sal y lo que la sal significa. En todas las Escrituras, la sal significa recuperación, preservación, y permanencia. En el primer pasaje, tenemos las aguas de Jericó con falta de algún componente, y el resultado fue un parto prematuro del árbol; el fruto se caía antes de madurar, nada cumplía su propósito pretendido. Habían campos, árboles, mucha energía gastada y buenos motivos pero no fue suficiente. Esta es una figura de la Iglesia como un todo: los hermanos se preparan, planean, llaman al evangelista, todo parece estar en la dirección correcta; piensan que están a punto de tener un gran avivamiento y de pronto el fruto se cae a la tierra; toda la energía, esfuerzo y dinero que se gastó, y no produce nada.
Esta es la figura que tenemos en Jericó: los árboles hermosamente floreados, pero justo antes de madurar, el fruto se caía; no había madurez, ni satisfacción, ni justificación completa del esfuerzo y el gasto. ¿Cuál es el problema? Algo esencial estaba faltando, y su ausencia hizo que todo sea totalmente en vano. ¡Cuán diferente de los árboles plantados junto a corrientes de aguas, que dan fruto a su tiempo! (Salmos 1: 3). Aunque la sal es la cosa más importante y vital, es mas bien con la vasija con la que quiero tratar hoy.
Si hemos aprendido lo que debemos haber aprendido, hemos aprendido a la persona de Jesús: quién es El, cómo vino a ser, cómo es que El es lo que es, y cómo es que nosotros debemos ser conformados a El. También que la Iglesia como un nuevo hombre, debe ser aquello que represente total y completamente la plena estatura de Cristo, y que es a través de aquella vasija llamada la Iglesia que la gloria de Jesús va a reflejarse a todos los límites del universo. Estamos tratando con esta vasija; no hemos desviado del pensamiento de un nuevo hombre.
Hechos 2, habla de la sal, pero Hechos 1 lo precede. Nuestra atención primero es atraída a la petición de Elíseo de una vasija. (Ahora, una vasija era un pequeño recipiente o plato.) Preguntamos entonces, ¿por qué una vasija? ¿Por qué no simplemente echar un puñado de sal al agua? Esa fue mi idea cuando yo leí la Escritura: ¿Por qué una vasija nueva? ¿Por qué una vasija? Si la sal va a sanarla, entonces echémosle sal. Pero estamos tratando con el avivamiento y la recuperación de ese hombre celestial, el pueblo de Dios que está en esta tierra. Lo representamos a El aquí, y estamos tratando con la recuperación de lo que es verdad y real, y para tal obra, una vasija debe ser preparada especialmente y apartada. Tú y yo somos llamados por Dios para producir esto a través de la predicación de la Palabra, y para llevarlo a realización; tiene que haber algo con una naturaleza muy distintiva. Algo de esa naturaleza se ha perdido y debe ser recuperado.
El lado espiritual de esto, es que las cosas se han degenerado a algo vago e inseguro, en cuanto al significado y propósito verdadero de la vida. Si eso no es verdad hoy en día, entonces yo no soy un predicador del Evangelio. Tú puedes preguntar a cien personas, ¿de qué se trata la Iglesia?; ¿cuál es el propósito de Dios?, y ni uno entre cien que pertenezca a la iglesia pentecostés, y mucho menos a otra iglesia, sabe por qué estamos aquí. El significado verdadero de las cosas, ya no se encuentra; las cosas que se dicen y se hacen, ya no significan lo que significaban al comienzo. Hay una diferencia en el significado, y la tragedia es que muchos han continuado con la forma y no han logrado ver que no hay poder.
Lo más peligroso que puede pasar ya sucedió: hemos aprendido cómo ser religiosos sin Dios. Esa fue la tragedia del reino de Saúl. Nunca estuvo el arca en su lugar durante su reino como rey de Israel. Eso es una tragedia, pero la peor tragedia, fue que nunca hubo un esfuerzo para traerla de regreso. Y peor aún, ellos nunca la extrañaron; ellos aprendieron cómo ser religiosos sin Dios. Hay una imitación del Espíritu Santo en los grupos pentecosteses, y los necios piensan que todo está bien. Si usamos el libro de los Hechos como un modelo, y las epístolas como aquello que revela la verdad que Dios quería que sea la base permanente de aquello que brotó en el libro de los Hechos, entonces se puede notar que hubo algo ahí que daba vida a todo; ese algo era un tipo de vida en particular. Hemos tratado con esto abundantemente en el capítulo titulado, “el hombre celestial y la vida eterna.”
El Cristianismo no es una religión, es la vida. ¿Qué fue lo que lo creó y lo produjo? Fue el Espíritu Santo glorificando a Jesús en los corazones de los creyentes. El era real a ellos, y ellos lo hicieron real al mundo. Esta nueva vasija de la cual estamos hablando es una parte vital; esta vasija peculiar tiene que ser formada por Dios, si es que el mundo y la iglesia caída van a encontrarse con El hoy. Tiene que haber una recuperación de lo que se ha perdido, pero tiene que ser recuperado primero en la vasija para poder ser derramado a las multitudes.
Si vas a lo largo de la Biblia, verás, por ejemplo, cuando el río vino en Pentecostés, no vino sobre toda Jerusalén; vino a esa vasija especialmente preparada de 120 personas. Vino a ellos, pero a través de ellos fue derramado al mundo. Como ves, todo lo que Dios busca es una vasija; esto es que todo lo que Dios siempre necesitó. El no está buscando actuaciones, él está buscando habitaciones, y cuando El encuentra esa vasija, entonces El empieza a moldearlo a la imagen de lo que quiere reproducir, y sabemos quien es: el Señor Jesucristo.
El siempre comienza, como vimos en el capítulo anterior, a través de la muerte y la resurrección, Muerte de lo que somos y luego resurrección a lo que El es. Esa es la manera como siempre funciona, esa es la manera como siempre funcionará. Cuando Dios nos llama, El comienza a tratar con nosotros. El dijo “muchos son los llamados”; todos los nacidos de nuevo son llamados pero pocos son escogidos porque, en las tareas diarias de la vida, consideran el costo de ser parte de esta vasija peculiar, y les parece demasiado. Pero Su vasija siempre es una vasija que ha sido probada en el fuego; Dios la hace pasar por las presiones y tensiones de la vida para probarla y ver si puede ser esa vasija.
Cuando Dios, por medio de Gedeon, iba a librar a su pueblo de los madianitas, 250 mil madianitas estaban en ese valle. Gedeón reunió a su ejército de 32 mil personas. Dios lo trajo a un lugar, y le dijo a Gedeón, “ahora yo quiero que envíes de regreso a casa los que han comprado tierras, se han casado y han comprado bueyes”; le dio una lista de cosas y dijo “todos los que estén en esta categoría, despídelos”. El los despidió, y la mayoría se fue. ¿Qué estaba haciendo? Cualquiera que tuviera otro interés no podía ser parte de ese vehículo que iba a librar, que iba a traer avivamiento, que iba a sacar de la tierra lo que no era correcto. Como ves, la vasija estaba siendo forjada ahí para librar la nación, y esa vasija debía ser purgada. Las cosas que no eran de Cristo tenían que ser quitadas; El los llevó ahí, y todos los que tenían otros intereses tuvieron que salir.
Luego los trajo a las aguas, y mientras ellos bebían, El los miraba; esto le mostró a Dios en qué estado de alerta se encontraban. Los de corazón dividido fueron despedidos, y sólo 300 quedaron. Esa vasija, sin embargo, era todo lo que Dios necesitaba, porque a través de ella El pudo dar la victoria que se necesitaba en aquel entonces. Así ha sido siempre, y así es ahora: cuando lo original se ha perdido, cuando falta ese componente, entonces Dios tiene que levantar una vasija a través de la cual El pueda derramarse a sí mismo, para que la recuperación pueda ser posible. Vemos en toda la Biblia que la vasija debe ser probada en el fuego.
Cuando Dios iba a llamar una nación, El llamó una vasija humana a través de la cual El podría producir esa nación, llamó a Abraham; él iba a ser la vasija de Dios a través de la cual una nación iba a nacer. El puso a Abraham a través de un andar de fe durante 25 años. Ese hombre iba a ser probado en todo, en cada emoción y en cada actitud. El iba a pasar pruebas más allá de la resistencia humana, porque Dios estaba formando una vasija, una vasija a través de la cual podría derramarse a sí mismo. El último triunfo de Abraham fue ofrecer a su hijo, su único hijo en el altar del sacrificio. Dios le dijo esto en Beerseba: “toma ahora tu hijo, tu único…”. El tenía otro hijo ilegítimo; a ese hijo no se refería. “…Isaac, a quien amas,…y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. El escritor del libro no contó la agonía de Beerseba esa noche, cuando ese anciano luchó con Dios. Aquí estaba lo más cercano a su corazón, y todas las promesas de Dios estaban envueltas en él, y ahora Dios le está diciendo que lo tome y lo ofrezca como sacrificio. Bueno, finalmente Abraham obedeció, y ahí, en Moriah, cuando él estaba a punto de clavar el cuchillo, Dios lo detuvo; El había provisto un carnero para el sacrificio. Pero mientras ese anciano estaba ahí ese día, cargado con sus 100 años, su cuerpo frágil moviéndose con los vientos de Moriah, él oyó estas palabras de Dios, “yo sé que puedo confiar en tí”. Eso es lo que El está buscando, ese es el vehículo. Dios te está formando hoy, como esa vasija a través de la cual El se pueda derramar, para que la sal pueda ser derramada en las aguas; esto no sucede sin una vasija. Dale a Dios la vasija, y El hará el resto; todo lo demás va a encajar en su lugar.
Esa nación fue vendida a esclavitud, y para preservarla en tiempos de hambre, Dios tuvo que llamar a otro humano para rescatarla y preservar a la Iglesia que es el pueblo de Dios. Dios entonces llamó a un hombre llamado José. Para formarlo, lo llamó desde niño, y durante 20 años él estuvo en el fuego de la prueba. Vendido a esclavitud, desacreditado por una mujer; pasó muchos años en un calabozo en Egipto. ¿Qué está sucediendo? Dios está forjando esa nueva vasija a través de la cual El pueda derramarse a sí mismo y traer liberación a Su pueblo. Siempre fue de esta forma, no es diferente ahora; mientras estás buscando a Dios, El te está hablando, y esto es lo que El está buscando. El está forjando esa vasija, y ésta va a pasar a través de fuego.
En Salmos 105: 17-18, vemos algo acerca de José: “Envió un varón delante de ellos; a José,.. Afligieron sus pies con grillos…”. Si tú tienes una buena Biblia, en la lectura marginal dice, “hasta que el hierro penetró a su alma”. Dice que El envió Su palabra y lo probó. Dios le había hablado, pero durante 20 años El no le volvió a hablar. ¿Qué estaba haciendo? Dios decía, “Si él no cree lo que yo le dije, él no puede ser esa vasija”. Las pruebas y tribulaciones, entonces, son parte de esto. Pero en todo esto, el nuevo hombre está siendo formado a la imagen de Cristo, el único que es fiel. El carácter de Cristo en esa vasija, la hace permanecer fiel en estos tiempos de tentaciones y tribulaciones.
Cuando el tiempo de librar a esa nación llegó, el Señor tenía que tener otra vasija: un hombre llamado Moisés fue elegido para ser la vasija para librar a esa nación de la esclavitud. Esto está escrito para que nosotros aprendamos, nosotros, que nos esclavizamos a ideas erróneas, y hacemos una mezcla de nuestra creencia. Dejamos que el pecado mismo entre, y la Iglesia llega a ser una multitud mezclada. Dios tiene que tener a alguien para librarla, y El forja vasijas para ese propósito.
Moisés fue llamado en ese tiempo. Dios soportó su conducta por 40 años en el desierto de Madián. Moisés, dice Hebreos, fue hombre poderoso en hechos; eso fue cuando dejó Egipto. Destinado para un trono, pero ahora relegado en un desierto, el perdió su habilidad de hablar bien. Ahí fue donde Dios lo encontró; el estaba vacío de todas sus ideas preconcebidas, y ahora una vasija estaba lista para ser usada en las manos de Dios para librar al pueblo.
La Iglesia hoy en día tiene que ser renovada. Lo que se ha perdido tiene que ser derramado en esa vasija. Para hacerlo, Dios tiene que ser permitido que pueda forjar ese vaso para hacer una nueva vasija, distinta y peculiar en sí misma. Esa vasija tiene que ser algo que Dios pueda señalar como lo que El está buscando. Pero no debe ser exclusiva; es para ministrar a todos en los cuales está el Espíritu de Cristo. No importa cuán desamparada sea la vida espiritual, esa vasija está llamada a ministrar a los que pertenecen a Dios. Y la obra de Dios con esa vasija, es formarla y moldearla, para que sea una vasija que pueda obrar, porque siente lo que Dios siente. Cuando esa vasija esté lista, entonces Dios se derramará.
La Biblia dice que en los últimos días Dios va a derramar su Espíritu sobre toda carne; ese derramamiento vendrá a través de esa vasija; como sucedió al comienzo, sucederá al final, será una vasija particularmente formada por Dios en el fuego de la adversidad, en el fuego del rechazo por parte del mundo religioso común; pero aún así, sabiendo quién es, qué es, y por qué es llamada, permanece fiel a Dios a través de todo. Esta siempre fue la manera de Dios.
Cuando Dios llamó a Ezequiel, Ezequiel escribió su libro. El pueblo de Dios estaba en un estado terrible de apostasía; habían sido llevados cautivos a Babilonia hacía 15 años, el templo había sido destruido, la ciudad estaba en ruinas; esta era la situación en la que Ezequiel fue llamado. Es en esta situación en la que tú y yo somos llamados: los muros están derribados, las puertas consumidas por fuego, la Iglesia está en una condición terrible, y Dios está buscando una vasija a través de la cual El pueda derramarse para sanar lo que su corazón ha querido sanar desde la eternidad y hasta la eternidad.
Cuando Dios llamó a Ezequiel en esos tiempos terribles, y él empezó a predicar, Dios llevó a su esposa. Simplemente se la llevó; sin advertencia, ella murió. Luego instruyó al hombre de Dios a no decir nada al respecto: “Sólo anda a la iglesia y predica, ponte tus mejores ropas, las más elegantes; anda y predica y no digas una palabra de esto” (Parafraseando). ¡Qué cosa terrible para un hombre! ¿Qué crees tú que la iglesia pensaría acerca de él? ¿“No se preocupa lo suficiente ni siquiera para aún decirnos que su esposa murió anoche?” ¿Por qué hizo Dios esto? Porque Ezequiel debía ser llevado a ese lugar como la vasija de Dios. El iba a ser la vasija de la restauración; por lo tanto él tenía que sentir lo que Dios sentía. Israel la esposa de Dios estaba muerta, y nadie lloraba, nadie se lamentaba. Ezequiel tenía que sentir esto. ¿Puedes imaginar la terrible carga en su corazón mientras él estaba de pie ese día predicando a esa nación, a ese pueblo de Dios, y su esposa estaba muerta? Acababa de morir en la noche y él no lo podía decir; el conoció algo del quebranto del corazón de Dios. Nosotros somos llamados por Dios al santo ministerio para ser la verdad de Dios, ese nuevo hombre, esa vasija final de Dios a través de la cual El pueda derramar ese componente de vida que falta. Para esto vivimos, esa es la razón de nuestro ser.
Que el Dios de los cielos pueda despertarnos, y que nos despojemos de todo peso y pecado que nos impide llegar a ser lo que El quiere que seamos.


DIOS BENDIGA A SU PUEBLO!

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