LA FE AGRESIVA

SERIE 7: FE
LA FE AGRESIVA
LECCION # 7



Vemos en Lucas 10: 19 a Jesús hablando a sus discípulos: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”.
En Hechos 2: 4 dice, “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.
En Hechos 1: 8 dice, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Los discípulos verdaderamente recibieron esa potestad en Hechos 2; en el tercer capítulo de este mismo libro, Pedro dijo: “Yo tengo”, como la culminación de todo. Pues bien, aquí tenemos la promesa, luego lo vemos realmente suceder, y el hombre a quien le sucedió, dijo, “yo tengo”. “Tener” ¿qué? “Yo tengo lo que El me dijo que iba a tener. Yo recibí algo en el aposento alto y El dijo que se llamaba poder.” El usó ese poder y levantó a un hombre que había estado cojo durante cuarenta años. La agresividad de este hombre es lo que nos muestra su fe. El pudo haber dicho, “creo que yo tengo…quizás yo tengo…”. Pero algo le sucedió y él sabía qué había sucedido, por eso dijo, “yo tengo”.
Quiero que busquemos las posibilidades que existen para nosotros en Dios. No sólo el pescador, no sólo los apóstoles, ¿pero, qué es lo que existe para tí y para mí? Jesús dijo, “toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Esto es a una persona, al Señor Jesucristo. Entonces Jesús se da a sí mismo por el Espíritu Santo. Pero él dijo, “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Pero luego, por el Espíritu, Aquel que tiene toda potestad se da a sí mismo a nosotros. Vemos así que Jesús es la fuente del poder. No el poder del pensamiento humano, pero el poder de Cristo.
Millones de nosotros hemos visto una repetición de Pentecostés, recibiendo el Espíritu de Dios de la misma manera que ellos recibieron en el Día de Pentecostés, hablando en lenguas conforme el Espíritu de Dios nos daba que hablásemos. En muchas ocasiones El ha venido con lenguas de fuego visibles, visible a aquellos que estaban presentes. En realidad yo nunca lo vi, pero he escuchado testimonio y creo que así sucedió. Tenemos la promesa. Millones de nosotros lo hemos recibido. Pero nosotros no hemos alcanzado una posición de total dependencia de El, donde podamos decir a los ciegos, a los cojos, a los lisiados, a los perdidos, “Nosotros lo tenemos”. Si yo les hago la pregunta a varios creyentes ¿Has recibido al Espíritu Santo desde que creyeron? La mayoría respondería afirmativamente. ¿Cuántos de ustedes han recibido al Espíritu Santo? ¿Cuántos de nosotros hemos llegado al lugar del apóstol Pedro, donde podamos decir, “tal como yo tengo”? ¿Te das cuenta?, la clave de todo es el Espíritu de Dios. Pedro no daba excusas. El había escuchado a Cristo a través de su ministerio. Jesús dijo, “Yo les daré algo, ustedes recibirán poder”. Este fue su último mensaje antes de ser recibido en lo alto.
En Lucas 24: 49, “…pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Luego dijo, “…recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…” (Hechos 1: 8), y realmente vino sobre ellos (Hechos 2: 4). Vino, ellos sabían que vino. Cada uno de los que han recibido el Espíritu Santo, sabían cuándo vino. ¿Es correcto?, sabemos que vino. Entonces lo que se tiene que hacer ahora, como Pedro, es creer que el poder está allí, en El. ¿Lo ves? esa es la clave del asunto. Yo sé que lo recibí. Yo hablé en lenguas conforme al lenguaje que me dio el Espíritu. Todo mi ser estaba ardiendo. Eso es lo que le sucedió a Pedro. Pero Pedro decía que el poder vino con esto. Y él ejercitaba la fe. Pedro y los 120 esperaron en el aposento alto, conforme al mandato de Cristo. El Espíritu Santo vino, de acuerdo a la promesa en el tercer capítulo del libro de los Hechos.
Cuando sucedió la sanidad del hombre cojo en Hechos 3: 7-8, Pedro dijo: “Yo tengo”. Pedro dijo al hombre lisiado: “Yo tengo”. Fue a través del Espíritu Santo que él había recibido, que el hombre cojo fue sanado. Pedro no lo sanó, pero Pedro recibió algo, algo que él podía dar. Esa es la clave. Un hombre cojo fue sanado. Sucedió un milagro. Pero esto implica más. Esta es una ilustración, yo creo, de lisiados espirituales sentados en el pórtico de la iglesia esperando el momento que llegara algo para dar poder a esa iglesia para que Cristo se hiciera real. Cuando el Espíritu descendió sobre el hombre cojo, él fue sanado. El se fue saltando y alabando al templo de Dios y una multitud se reunió. Una multitud se reunió, 5,000 hombres fueron convertidos en un solo culto, conforme Dios vino con Su poder. La Iglesia debe darse cuenta del potencial que hay en una absoluta dependencia en el Espíritu Santo. Nosotros debemos romper con siglos de tradición de tratar de hacer la obra de Dios en nosotros mismos, y a través de una total dependencia en el poder del Espíritu de Dios, podremos hacer conocer a Cristo en esta generación.
Pablo dijo, “…para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1: 21). Esa era, en su totalidad, la esencia de vivir para el apóstol Pablo. La única vida que existía, era Cristo viviendo. Pablo exploraba constantemente dentro del territorio del enemigo. El estaba permitiendo a su fe que escudriñara donde otros hombres nunca habían estado. El permitió a su fe molestar al enemigo y tocar los lugares donde Cristo no había sido predicado. Para Pablo, ir a una ciudad significaba que esa ciudad nunca sería la misma, podría ocurrir un avivamiento o una turba, o ambos. No podía ser de otro modo. La gente intentaba o hacerle dios o matarlo. Ellos decían, “él tiene razón” o “él sólo es otro predicador”. Ellos, o lo dejaban en el camino como muerto, o trataban de colgarle una guirnalda y hacerlo dios; no había término medio. El poder vigoroso que él tenía, en virtud de haber sido bautizado en el Espíritu Santo, se manifestaba constantemente. No tanto en las palabras que él hablaba, pero en lo que él era. El estaba dando a un mundo que estaba perdido, lo que él había recibido. El llevó lo que Dios le dio, a aquellos que estaban perdidos. Y él decía: “Este evangelio no es predicado sólo en palabra, pero en poder y manifestación del Espíritu Santo” (Parafraseando). Esto muestra su absoluta dependencia en lo que el había recibido. Y dependencia significa que tenía fe en ello. En Romanos, 15: 19, el apóstol Pablo decía: “Con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; …todo lo he llenado del evangelio de Cristo”. Por medio del poder del Espíritu, Pablo proclamaba el Evangelio.
Ellos creyeron todo lo que Jesús dijo. Nosotros creemos que podemos ser llenos del Espíritu Santo, pero de un modo u otro, hemos rehusado creer que ese poder que él dijo que estaría ahí, está ahí. El recibirlo y llegar a un punto donde lo que hemos recibido pueda fluir a través de nosotros, es el por qué de haber nacido, es nuestra razón para vivir. El infierno tiene una “fiesta” cuando consigue que cristianos luchen en el frente equivocado. Los predicadores gastan millones de dólares luchando contra el enemigo equivocado, luchando contra el frente equivocado. Si nuestros problemas derivan de lo económico, entonces dejemos a nuestros economistas que se ocupen de ello. ¿Son de carácter estrictamente militar? Entonces el Cuartel se encargará. Pero si es espiritual, mejor nos colocamos en el frente correcto, si es que vamos a luchar eficazmente contra el enemigo. El comunismo sustituyó su movimiento por Dios. Prometió un paraíso material para el Reino de Dios. El comunismo es espiritual, nació en el infierno. A un predicador que visitaba la Unión Soviética, le dijo su guía: “Si yo hablara un mejor inglés, podría convencerlo que el futuro nos pertenece”. Hemos tratado de batallar con una máquina política con palabras, pero había una respuesta, y esa respuesta es el poder de Dios. La Iglesia debe convertirse en lo que debe ser. Y la única manera de que esto pueda suceder es que tú y yo no sólo recibamos el Espíritu Santo, sino creamos en lo que Dios dijo que el Espíritu Santo traerá a nuestras vidas, y después, actuar con audacia, como lo proclama la Biblia. Nuestra fe debe ir mas allá de estar pidiendo simplemente por cosas. La fe viene de Dios y está en contra de todo lo que no es de Dios. Tú lo entiendes. La fe, tal como lo hemos expresado, viene de Dios. Por lo tanto, está contra todo lo que no es de Dios.
Nosotros oramos como mendigos. Nos pasamos el tiempo implorando a Dios que haga algo. Le suplicamos a Dios que haga lo que ya ha hecho en el mundo espiritual y lo que El quiere que hagamos es que llevemos el poder que nos ha sido dado por el Espíritu Santo contra eso que no es de Dios. Oramos por avivamiento. Esto es correcto, porque Dios quiere avivamiento. Pero nosotros, en fe, debemos avanzar más allá de la oración. Hay un poder contra el mover de Dios: Hay demonios nacidos en el infierno que están en contra de cualquier cosa que se asemeje a un verdadero avivamiento. Esas cosas deben ser removidas. Dios no dijo, “Yo los voy a suprimir”, pero El sí dijo, “Yo les doy poder sobre todo el poder del enemigo”. Si nosotros rehusamos ejercitar ese poder, nos convertimos en víctimas del enemigo sobre el cual Dios nos dijo que nos daría poder.
Si nos volvemos agresivos en esta guerra, y permitimos que el Señor abra nuestros ojos para que podamos reconocer a nuestro enemigo y el campo de batalla y el altar de oración donde ponemos nuestra fe contra los poderes de las tinieblas, entonces la victoria será nuestra. Dios nunca le dijo a Moisés que bajara y encontrara un lugar detrás de las pirámides y orara a El para librar al pueblo, El dijo: “Yo te envío allá en mi nombre para librar al pueblo”. Dios te dijo a tí y a mí: “Lo que atares en la tierra, será atado en el cielo. Lo que desatares en la tierra, será desatado en el cielo” (Parafraseando). La palabra no es, ” Dios lo desatará o Dios lo atará”. La palabra es: “Yo te doy poder para hacerlo”. Nosotros sabemos que es Dios. Pero es Dios obrando a través de un vaso humano. Y si nosotros no disponemos el vaso, El no obrará. A menos que nosotros llevemos agresivamente la batalla al enemigo, nunca veremos la victoria. El pueblo aguanta cosas que no tiene que aguantar. Nosotros, la Iglesia, permitimos al enemigo hacernos indiferentes al verdadero fluir de la vida. Nos involucramos en una serie de asuntos religiosos que son infructuosos, mientras el diablo sentado en medio nuestro se ha robado el show y ha convertido a la Iglesia en nada más que un programa. Un hermano en Vietnam me dijo hace algunos años: “Nuestra iglesia es tan fría y tan indiferente, no tiene verdadero sentimiento, pero cuando usted habla acerca de Jesús, yo siento calor en mi corazón”. Cuando el diablo enceguese a la iglesia acerca de los verdaderos principios, la gente es estimulada con muchas cosas que no son apropiadas. Estamos acá como soldados y con un solo propósito primordial. El propósito de la Iglesia no es reprimir al demonio, estamos aquí para derrotarlo. Yo soy un soldado y si voy a hacer obras para Dios, debo estar contra el enemigo. No somos los usurpadores, el diablo lo es. “De Jehová es la tierra y su plenitud” (Salmo 24: 1). Y Dios dijo: “Los mansos (los dóciles, los controlados), heredarán la tierra” (Parafraseando Mateo 5: 5).
Buda puede estar sentado en su templo recibiendo la adoración de los hombres, pero vendrá el tiempo cuando Buda será quitado. Si la Iglesia de Dios ejerciera su fe contra esa oscuridad, millones de asiáticos encontrarían el camino a Dios. En América, millones de personas pertenecen a una Iglesia. Ellos sienten en su corazón que han hecho todo lo necesario cuando van a la iglesia todos los domingos, y todo lo que nosotros hacemos es criticarlos. Puedo decirte que una gran parte de estos millones de personas están con hambre de Dios, pero están ciegos. Si el Evangelio está escondido, está escondido para aquellos a quienes el dios de este mundo ha cegado. Si Dios nos ha dado poder sobre el diablo, debemos estar aptos para quitar la venda y dejar entrar la luz. Jesús dijo: “Yo doy”; la Iglesia debe ser capaz de decir: “Yo tengo”. El campo de batalla está en el altar de oración. No es problema para nosotros conseguir a alguien que predique. Yo podría conseguir un ciento de personas que ocupen el púlpito de la iglesia donde yo pastoreaba cada domingo. Tú podrías poner un aviso de página completa en una revista evangélica pidiendo un intercesor, la respuesta sería nula. ¿Por qué? Porque allí es donde batallan con el enemigo. El verdadero combate ocurre cuando un hombre pone su fe contra los poderes de las tinieblas, y eso siempre ocurre en el altar de Dios.
En el capítulo 9 de Daniel leemos la oración de un hombre: “Yo lo entendí por medio de libros; tuve una revelación de Dios; yo vi lo que iba a suceder; yo determiné encontrar una respuesta y estaré aquí hasta que suceda” (Parafraseando). Estas no eran simplemente palabras. Eso significaba que él había entrado en una guerra. Y cuando el ángel vino y le dio la respuesta, el ángel dijo, “Tu respuesta era impedida por el diablo”. ¿Qué era lo que derrotó al diablo? La fe de Daniel. Dios no enviará un ángel a un incrédulo. Daniel reconoció que esto era guerra. El no dijo, “En los próximos 15 minutos voy a tener una respuesta”. El dijo, “Yo voy a tener una respuesta y cuando llegue, yo estaré aquí”. El puso su fe contra todo lo que pudiera ser impedimento. El sabía que iba a haber un obstáculo, sino ¿por qué oraría? El ángel vino a Daniel y le dijo: “Hemos oído tu oración” y le dio la respuesta. Nunca es tarde para orar. Nunca es demasiado tarde para orar. En Hechos 12, Simón Pedro estaba en la prisión; ya habían decapitado a Santiago e iban a matar al Apóstol Pedro al día siguiente. El se acostó esa noche encadenado al suelo con un guardia a cada lado. Habían muchas barreras entre él y la libertad, pero una iglesia se unió en oración. Ellos levantaron su fe para protegerse contra los poderes de Roma. Ese reinado de oscuridad se había propuesto destruir al pastor y a la iglesia, mas ellos continuaban en oración. No se trataba de una de esas pequeñas sesiones de 15 minutos, ellos estaban allí por una respuesta. Ellos dijeron, “Dios va a poner en libertad a nuestro pastor”. Cuando Pedro llegó al lugar de oración, ellos se sorprendieron, pero no se sorprendieron de que estuviera libre. Esa iglesia se enfrentó contra los poderes de las tinieblas; rehusando aceptar lo inevitable, ellos oraron a un ángel que viniera de la eternidad. El ángel le dijo a Pedro que se levantara, que atara sus sandalias y su cinto; las cadenas se cayeron y no vio nada. Se abrieron las puertas y el pastor se encontró libre en la calle. ¿Por qué estaba libre? Porque esta gente ató las tinieblas y le dijo al diablo: “Tú no vas a matar a nuestro pastor”. El demonio puede obtener victoria cuando la Iglesia rehúsa actuar.
A esa gente en Hechos 12 no le importó lo que los otros pensaran sobre sus oraciones, no estaban interesados en lo que la iglesia ortodoxa enseñaba; su pastor estaba sentenciado a morir y ellos no iban a permitir que esto sucediera. Mientras todavía oraban, el pastor tocó la puerta; fue puesto en libertad por el poder de una fe agresiva viva. Nada es imposible para una iglesia verdaderamente creyente. El primer paso es reconocer la verdad que “nada puedo hacer por mí mismo”. El talento, la educación o el genio, no es la respuesta. Estar dispuestos es la respuesta. Si Dios puede estar en nosotros y por nosotros, y si podemos decir que el vivir es Cristo, entonces nada será imposible. Nunca ha habido una situación que haya presentado un problema a Cristo. El suspendió un entierro al resucitar al muerto. El confrontó a un hombre poseído por dos mil demonios, lo libró y lo mandó a casa a predicar las buenas cosas que Dios había hecho por él. El se encontró con un hombre ciego de nacimiento, tocó sus ojos, y le dijo, “Ve a lavarte al estanque de Siloé”. El hombre regresó viendo. A un hombre enfermo durante 38 años Cristo le dijo, “Toma tu lecho y anda” y el hombre fue sanado. Al paralítico le dijo, “Tus pecados te son perdonados”. Cuando los religiosos lo acusaron de blasfemar, él simplemente dijo, “¿Que es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”. Y el hombre con parálisis enrolló su estera y se fue por la calle.
El podía caminar sobre el agua, y hablar al mar para que se aquietara y reposara como un bebé. Es el mismo Dios que está en nosotros hoy día por virtud del Espíritu Santo. Hemos nacido para que Cristo viva en y por nosotros. Cuando esto sea real, no habrá situación que no podamos vencer. Esto se hace realidad sólo mediante la oración y el ayuno; cuando ayunamos vencemos a la carne. Cuando oramos levantamos el espíritu. Es más fácil tener un concurso que orar. Es más fácil concentrarse en lo externo de una orden religiosa, que aferrarse al mundo espiritual. El enemigo sabe que la fe verdadera se libera en oración. Esa fe es agresiva. Se levanta en un hombre y dice que hay algo que está manteniendo a Dios fuera de este lugar y lo voy a echar. Podemos pasar todo nuestro tiempo rogando a Dios que haga algo, mientras El está diciendo, “Yo he dado”. Debemos levantarnos y decir: “Yo tengo” y empezar a quitar el oprobio y soltar a los cautivos. Le plació a Dios revelar en mí a su Hijo. A Dios no le interesa si tú prosperas o no. Su interés es vivir Su vida en tí.
Santidad con contentamiento es gran ganancia. “En cualquier lugar que yo me encuentre, he aprendido a estar contento”. Esto es prosperidad. Estamos aquí para que Dios pueda revelar a su Hijo en nosotros. Nada más. Jesús no se ve mejor en un millonario que en un hombre que no tiene con qué cubrirse. El quiere hacerse real en nosotros. Lo que tengamos o cuán educados seamos, no significa nada. Hablando de los apóstoles, el Espíritu Santo decía que ellos eran ignorantes e incultos; así que cuando leemos el mensaje que Pedro predicó y la epístola que escribió, podemos saber que Dios se lo dio. La fe no es un mendigo, es un guerrero. La fe es valiente, toma el mando. La fe va a contender con el demonio, rechazar las tinieblas, desatar las ataduras, dar libertad a los cautivos, abrir los ojos y destapar los oídos de los sordos. Mutilamos la fe cuando la convertimos en mendigo. El frío es la ausencia del calor, la salud es la ausencia de la enfermedad. Lo que nos enferma es la enfermedad, así que cuando nos enfermamos, no rogamos por un cuerpo sano, sino que vamos contra la enfermedad. La voluntad de Dios para mí es estar bien; pertenezco a Dios, y si la Iglesia fuera tan severa con la enfermedad como lo es contra el pecado, veríamos más logros. La fe es como un tractor, va a empujar cosas fuera del camino. La fe dice que Dios es por mí, y yo estoy contra el demonio. Si llegas a este punto, el muro que está frente a tí se vendrá abajo.
Israel no marchó alrededor de los muros de Jericó diciendo, “Señor danos la victoria sobre el pueblo de Jericó”. Ellos marchaban esperando que el muro se cayera. El muro era el impedimento. Ellos podían encargarse de todo lo demás una vez que el muro cayera. Israel estaba contra ese muro; tenía que caer. La fe derribó el muro y ellos invadieron al enemigo. La puerta del infierno no puede prevalecer contra la fe agresiva. No hay pared construida, ni un foso cavado, ni portón cerrado, que pueda prevalecer contra nosotros. Jesús dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra nosotros. Han prevalecido porque nos hemos sentado atrás de las puertas del infierno y hemos rogado a Dios que haga algo, mientras que todo el tiempo Dios ha estado diciendo: “Yo te doy poder para patear esa puerta y salir”. Los portones te encierran o te mantienen afuera. De un modo o de otro. Ellos no se paran y luchan contigo, pero tú tienes que luchar contra ellos. Podemos sentarnos en nuestro pequeño círculo y decir, “Oren para que Dios me ayude y me mantenga firme hasta el final”. Esa oración nunca lo va a lograr. Lo único que el demonio conoce y comprende es la violencia de la fe.
El demonio le habló a Jesús a través del hombre que salió de los sepulcros. El diablo dijo, “…no me atormentes”; él estaba rogando. Jesús no le dijo al hombre. “Ten una mente limpia y buena”. La fe en El le dijo a los demonios: “Sal de este hombre”, y salieron. La fe agresiva desafía al enemigo, la victoria siempre sigue. Las puertas del infierno no prevalecerán contra nosotros. Satanás nos ha acorralado con sus puertas y le hemos rogado a Dios que nos deje salir. La respuesta de Dios es, “Yo te doy poder”. En el mar Rojo Moisés dijo, “¿Qué haré?”. Dios dijo, “Separa el agua”. En Hai, con 36 hombres muertos, Josué se postró y comenzó a llorar. Dios dijo, “Levántate, muévete contra el pecado”.
Nuestro gran misionero, el hermano Ilnisky, presentó el mensaje, “Este evangelio será predicado” y habló de puertas que se cerraban. El preguntó, “¿Cerradas a quién? Quizás cerradas a tí y a mí, pero no están cerradas al Espíritu Santo”. No hay lugar cerrado para el Espíritu Santo. Si lo que escuchamos es correcto, los más grandes avivamientos en el mundo están ocurriendo hoy día en los sótanos de la China. Todo lo que tienen es una página de la Biblia o unos versículos escritos en un viejo saco de papel que ellos llevan dentro de sus zapatos. Dios ha dado avivamiento. La fe de alguien, en algún lugar, penetró esa pared.
Debemos ver las posibilidades de creer en Dios. No nacimos perdedores, no somos huérfanos dejados en la entrada de la casa de alguna persona. Dios nos ha dejado aquí con un propósito, si caminamos en la voluntad de Dios, a través del poder de la fe agresiva.

DIOS BENDIGA A SU PUEBLO!

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